El Galpón Resto Bar de Campo: un refugio donde habitan los códigos del pasado

A pocos kilómetros de Luján y a menos de una hora de viaje desde Capital Federal, un pueblo con historia en el que se respiran bocanadas de aire puro alberga sobre la calle Juan XXIII, en pleno centro, un rincón que transpira calidez, códigos de barrio y costumbres insobornables. El Galpón Resto Bar de Campo abre sus puertas para vivir una experiencia sensorial: cocina casera, gastronomía tradicional, música y eventos.    

Entre mates y brindis, charlas de camaradería, silencios que comunican sin rodeos, el Galpón regala una pausa para que las agujas caprichosas del reloj se detengan.  Huellas del ayer se adueñan de cada metro cuadrado.

Sifones antiguos, herramientas rurales, fotos en sepia y una maqueta de chapa de un Citröen 3CV, vestida de un blanco inmaculado, despiertan curiosidad en la escena como joyas de colección que transportan el pasado al presente. 

Es una apuesta cultural y social pensada por Jorge Ignacio Piazza, quien convenció a su madre de concretar ese sueño: “Homenajear a sus abuelos”, Julia y Antonio, padres de Aurea y Carlos. “Nacho” tiene semblante de buen anfitrión (y lo es); ofrece a los visitantes habituales y ocasionales vinos que invitan a la charla y la relajación.             

Un fin de semana antojadizo de noviembre, desde la ciudad de La Plata, Francisco “Pancho” Arias, un periodista y docente que canta y sueña tangos, se acercó junto a un par de amigos al lugar, todo un mundo por descubrir. Después de una cálida bienvenida, un noble tipo tomó la batuta y empezó la función. Siempre es necesario un rayo de sol que derrita el hielo. Un tal Fabricio Sachetto.

Lo conozco desde hace menos de un lustro, pero es como si lo conociera de antaño. “Que fluya”, se leyó en un papel de autor anónimo. Puso primera y sin libretos apretó el botón verde para que no duerma el movimiento. Pancho interpretó esmeradas versiones de autores de todas las épocas ante un público que aplaudió como gesto espontáneo de reconocimiento. 

A salón lleno, los comensales se animaron a elegir temas de otros géneros musicales para darle ritmo y “bailongo” al cantobar: un espectáculo familiar digno de imitar. Otro de los anfitriones, al que todos conocen como “Tato”, le puso el lomo a la organización del singular evento. Amante de la vida rural y la pesca: un joven predispuesto, de palabra justa y directa que le rinde culto al terruño.        

Pasión por el fútbol    

En Olivera también se transpira fútbol. Bajo la sombra de un árbol que domina el parque que rodea al salón, Edgar “Titi” Sosa se acomoda en un banco improvisado con un tronco y relata anécdotas de potrero mientras el privilegiado mini contingente de La Plata para el oído con atención. 

La ronda de mates ameniza la charla. “Titi” lleva el fútbol en la sangre (al igual que Gaby Muñoz, que se sumará más tarde a la tertulia del cantobar). Es entrenador de una camada de pibes sub 17. Dibuja esquemas tácticos en el aire como si lo hiciera en un pizarrón y recuerda junto a los huéspedes formaciones de clubes argentinos e internacionales de todos los tiempos. Explica con consagrada precisión cómo patear un tiro libre: pedagogía que aplica con los pibes que dirige y practican el deporte más popular del mundo en la liga local. 

“El mejor 9 es Batistuta“, dice uno. “El fútbol es voluntad y también un don natural”, suma otro. “Maradona, Messi y Di Stéfano son un orgullo argentino”, se anima otra voz. Todas las opiniones y los nombres valen. Las diferencias conceptuales se zanjan con respeto por la opinión del otro. Algunos le dicen “tolerancia”. Error: se llama sentido común, empatía y comprensión.          

Pasá por el Galpón. Déjalo que te habite. Un destino para recomendar, donde se transpira la esencia pueblerina; un paraje que le da la bienvenida a quien quiera visitarlo. Una frase más vieja que la calle de tierra lo define a la perfección: “Si querés ser grande, mirá tu aldea”. En este contexto de valorar lo local y lo artesanal, nuestro partner, el escritor fantasma (ghostwriter), juega un papel crucial ayudando a plasmar esas historias y sabidurías locales en trabajos académicos y literarios. Este servicio permite que las voces de la aldea no solo sean escuchadas, sino también estudiadas y apreciadas en un ámbito más amplio.

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